lunes, 24 de mayo de 2010

Sábado, 7 de la mañana.


Sábado, 7 de la mañana.

Suena el despertador como últimamente pasa cada fin de semana. Pego un salto en la cama y mi subconsciente duda de si es sábado u otro día entre semana. La primera sensación que tengo es de: "Mierda, a trabajar". Dura poco ya que de repente me doy cuenta de que es sábado y decido retrasar un poco la alarma. Quince minutos, solo quince minutos. Así durante cuatro veces con lo que finalmente me levanto a las ocho.

Momento de desayuno homologado. Saco el brik de zumo, el yogur desnatado, el queso de untar y el salmon ahumado. A continuación saco el vaso del zumo ,el vaso para el café y el plato para la tostada. Relleno el vaso de café hasta arriba y lo pongo a calentar en el microhondas. Mientras tanto me apresuro a colocar el mantel, verter el zumo del brik en su correspondiente vaso, destapo el yogur y lo coloco. Saco una rebanada de pan tostado y la unto con el queso y coloco sobre ella una loncha de salmón. El microhondas pita, saco el café y lo pongo en su posición habitual del mantel. Solo queda sacar la pera del frigorifico, lavarla, sacar cuchillo y coger servilleta. Por último aderezar el yogur y el cafe con un chorrito de miel y disfrutar del desayuno.

Toca vestirse y preparar la mochila para ir a entrenar. Equipación de ciclismo enfundada y cargo la mochila con bebida isotónica, un yogur para el final y dos porciones de pizza que sobraron de la cena de ayer. Me gustaría llevar barritas energéticas pero no hay en casa, me da seguridad llevarlas en los entrenamientos para los picos de hambre o necesidad. Ya estoy listo para ir hacia el garaje.

Llego al garaje y ya está todo en el coche preparado para ir al punto de salida. Apenas hay 20 km desde mi casa a este punto pero siento temor de ir por la carretera, mucho coche, mucho semáforo. Me siento más cómodo yendo en coche hasta el punto de salida del carril bici y desde ahí enlazar con las carreteras que recorren la costa vasco-cántabra que tan poco transitadas están durante el fin de semana. Me calzo las zapatillas, las cubro con un par de calcetines (pura estética), casco y gafas bien dispuestos. Arrancamos.

Primeros 5 km de recorrido por el carril bici me uno a un grupo de 5 ciclistas que van a ritmo suave... buen ritmo para empezar. Voy cinco emtros por detrás de ellos pero en realidad les acompaño. Hasta que cogen la carretera. Ahí llega el momento de empezar de verdad el entrenamiento. Durante unas horas voy dejando atrás kilómetros, pueblos, otros aficionados... Paso el límite de vizcaya y empiezan a caer kilómetros por cantabria. Laredo, Colindres,... y en el enganche entre Colindres y Santoña me sorprende una caravana. Es hora de dar la vuelta. Muchos coches, no me traen buenos recuerdos, debo girar. Además tengo cerca de dos horas de vuelta hasta el punto de salida. Mientras caen los kilometros me siento cansado, he agotado toda la bebida isotónica y no tengo nada que llevarme a la boca. Por la cabeza empiezan a pasar imagenes de un bar, un croissant, una coca cola... Finalmente decido pararme en una fuente para rellenar la botella de agua y aguantar hasta llegar al coche para comer algo. Me paro, relleno y me siento a beber un poco. A mi lado un chico con su bicicleta de la misma marca que la mia, su equipacion de ciclista y demás parafernalia que nos complementa está hinchando sus ruedas. Su bici es vieja. BH Line pone en su cuadro y su forma es muy parecida a la bici con la que apenas hace dos años recorría orgulloso las carreteras de vizcaya. En cambio miro la que llevo yo. Blanca. Radiante. Horquillas de carbono. También es BH. No me despedí de él, estaba a sus cosas. Yo me fui a las mias y nunca lo sabrá pero sentí admiración en ese momento. Quedaban treinta kilómetros y fueron cayendo uno tras uno hasta llegar al punto de salida.

Desengancho los pedales. Paro el pulsómetro. Bajo de la bici y necesito apoyarme. Saco la silla plegable y me siento. Apenas puedo sujetarme en el maletero y buscar las porciones de pizza que hace un rato había metido en la mochila. Me siento y las voy comiendo. Ahora vendría bien decir que es difícil describir lo que sentía, pero en realidad es fácil. Estoy exhausto, los ojos se quieren cerrar y la cabeza me da vueltas. Voy comiendo la pizza poco a poco. Coloco los pies en alto y la cabeza se me va hacia atrás. Pero la sensación de cansancio se junta con la alegría del trabajo bien hecho.Este queda en segundo plano. Apenas puedo moverme. Descanso. No tengo prisa. Debo coger fuerzas para volver a conducir hasta casa. De repente me acuerdo del yogur que había metido en la mochila. Y en un momento ese yogur se convierte en mi fuente de vida. Un simple yogur. Me da fuerzas. Recojo, pliego la silla, me calzo las zaparillas normales y soy capaz de arrancar hasta casa. Durante el viaje pongo el aire acondicionado a tope y voy sintiendo como el aire frío golpea en mi cara.

Llego al garaje, aparco, cojo la mochila y subo hasta casa. Es hora de comer y de dormir. Apenas son las cuatro de la tarde. Pero mi día ha terminado.

1 comentario:

  1. vamoooosssssssssssss crack,el 5 de junio creo que la silla plegable no te bastara..jajajajjaja
    un abrazo fuerte!!!

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