En los entrenos de piscina. En Gorostiza. En el tramo de vuelta. Cada vez que saco la cabeza, veo las gradas.
En primaria hubo una temporada en que una vez a la semana nos llevaban a nadar a la misma piscina en la que hoy entreno.
A veces iba mi madre a verme. Me hace ilusión recordar estas cosas años después. Mirar las mismas gradas e imaginarme a mi madre animandome en los eternos entrenamientos. Era de las pocas que puntualmente iban.
Al final del curso de natación nos hicieron varias pruebas que darían una nota final. Una de ellas consistía en coger un objeto del fondo de la piscina. Fui incapaz. Apenas me atrevía a meter la cabeza unos centímetros. Así que allí se quedó el objeto.
Semanas después, nos dieron las notas. Por aquel entonces mi buen amigo Juan, a la salida, presumió de su apto en buceo ante nuestras madres. No tardó en comparar su nota con la mía. El cogió el objeto, yo no.
A día de hoy, si tuviese la ocasión de revivir aquella prueba. Con lo que he vivido en quince años, con lo que sé ahora. El objeto, de nuevo, se hubiese quedado en el fondo de la piscina.
No, no es que no haya aprendido a bucear. Seguramente nade y bucee mejor que cualquiera de los que entonces llegaron al fondo. Pero he aprendido que hay cosas, que por muy cerca de nuestro alcance estén, siempre deben quedar en el fondo de la piscina.
En primaria hubo una temporada en que una vez a la semana nos llevaban a nadar a la misma piscina en la que hoy entreno.
A veces iba mi madre a verme. Me hace ilusión recordar estas cosas años después. Mirar las mismas gradas e imaginarme a mi madre animandome en los eternos entrenamientos. Era de las pocas que puntualmente iban.
Al final del curso de natación nos hicieron varias pruebas que darían una nota final. Una de ellas consistía en coger un objeto del fondo de la piscina. Fui incapaz. Apenas me atrevía a meter la cabeza unos centímetros. Así que allí se quedó el objeto.
Semanas después, nos dieron las notas. Por aquel entonces mi buen amigo Juan, a la salida, presumió de su apto en buceo ante nuestras madres. No tardó en comparar su nota con la mía. El cogió el objeto, yo no.
A día de hoy, si tuviese la ocasión de revivir aquella prueba. Con lo que he vivido en quince años, con lo que sé ahora. El objeto, de nuevo, se hubiese quedado en el fondo de la piscina.
No, no es que no haya aprendido a bucear. Seguramente nade y bucee mejor que cualquiera de los que entonces llegaron al fondo. Pero he aprendido que hay cosas, que por muy cerca de nuestro alcance estén, siempre deben quedar en el fondo de la piscina.
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